El día 3 de septiembre los benedictinos celebramos la fiesta de este santo tan representativo en la liturgia monástica, por lo que os hacemos partícipes de nuestro gozo y os damos a conocer una pequeña reseña de su hagiografía.

Gregorio (nombre griego que significa «vigilante») nació en Roma el año 540, en el seno de una familia patricia. Sus padres, ambos venerados como santos, eran Gordiano y Silvia. Destinado a una carrera secular alcanzó el puesto de prefecto de Roma, pero al no poder compatibilizar la vida pública con su vocación religiosa, renunció pronto a este cargo y se hizo monje. Tras la muerte de sus padres,​ transformó su residencia familiar del Monte Celio en un monasterio y fundó otros seis en sus posesiones de Sicilia. En el año 579 el papa Pelagio II le ordenó diácono enviándole como legado suyo a la corte imperial de Constantinopla donde conoció a san Leandro de Sevilla,

Gregorio regresó a Roma en el 586. Fue secretario del papa, hasta la muerte de este, víctima de la peste, y elegido por aclamación popular como sumo pontífice, convirtió los bienes de la Iglesia en los bienes de los pobres. Desde Roma trabajó también por la extensión del evangelio en Britania, Galia, Hispania, Germania y África.

En sus escritos, donde comenzó a designarse «siervo de los siervos de Dios», trata de ser la boca de Cristo y de su Iglesia: «El predicador debe mojar su pluma en la sangre de su corazón para llegar al oído del prójimo» (Homilías sobre Ezequiel). Son de destacar los Comentarios bíblicos, los Libros Morales,  el Comentario al Cantar de los cantares, la Regla Pastoral y los Diálogos en cuyo libro segundo nos narra la vida y milagros de San Benito.


Aprendamos en la fiesta de San Gregorio a conocer las verdaderas fuentes de la paz y de la esperanza, y que la sabiduría del Buen Pastor guíe a sus pastores por el camino de la Verdad y del Amor.