El día 6 de agosto celebramos esta fiesta en la que se manifiesta que la gloria de Dios reside en la persona de Cristo.
San Lucas declara que Jesús llevó a sus testigos predilectos, Pedro, Santiago y su hermano Juan a una montaña para orar. Mientras oraba, su rostro resplandeció como el sol y sus vestidos se volvieron de un blancos como la luz.
Entonces aparecieron Moisés y Elías, conversando con Jesús del éxodo que había de consumar en Jerusalén. Ambos representan los dos componentes principales del Antiguo Testamento: la Ley y los Profetas. Moisés, dador de la Ley y Elías, el mayor de los profetas.
El hecho de la sugerencia de Pedro de quedarse allí en tres chozas, cuando Moisés y Elías se estaban preparando para partir, reveló su deseo de prolongar la experiencia de la gloria.
La subida a un ‘monte alto’ preparó el ascenso al Calvario. Los evangelios de Mateo, Marcos y Lucas narran la Transfiguración del Señor como una profecía del Misterio Pascual, donde Jesús fortaleció la fe y la esperanza de los apóstoles para que sobrellevasen el escándalo de la cruz. Cristo manifestó lo que su cuerpo contiene e irradia en los sacramentos, al revelar en sí mismo la claridad que brillará un día en todo el cuerpo que le reconoce como Cabeza de la Iglesia, la «esperanza de la gloria’”.
La “Fiesta de la Transfiguración del Señor” se venía celebrando desde muy antiguo en las iglesias de Oriente y Occidente. En el año 1457 el papa Calixto III fue quien la extendió a toda la cristiandad. Quiso con ella conmemorar la victoria que los cristianos obtuvieron en Belgrado sobre Mahomet II, cuya noticia llegó a Roma el 6 de Agosto.
“Una nube vino y los cubrió con su sombra; y tuvieron miedo cuando entraron en la nube. Y una voz salió de la nube, diciendo: "Este es mi Hijo, el escogido; escuchadlo"
Los discípulos cayeron llenos de espanto. Jesús se acercó y, tocándolos, les dijo: «levantaos, no temáis»
Cristo Jesús, reflejo de la gloria del Padre, que sostienes el universo con tu palabra poderosa, transfigura nuestras vidas a tu imagen, purificándolas con tu gracia al calor de tu mirada.
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